Si estás pensando en viajar a Colombia, tal vez quieras visitar Santa Marta y el parque nacional Tayrona, en la costa norte del país. Esta zona tiene muchos atractivos: playas, fiesta y mucha naturaleza. En el viaje a Colombia de 3 semanas que hicimos en noviembre de 2023 estuvimos 5 días por allí y a continuación te contamos cómo llegamos, qué hicimos y qué vimos.
DÍA 5 DE NOVIEMBRE: Llegada a Santa Marta tras un largo día de traslados.
Después de pasar 2 días en el bonito pueblo de Barichara, nos esperaba un día de mucho trajín. Nos levantamos a las 2:30 de la noche, nos preparamos y salimos del hotel. El taxista ya nos esperaba con su furgoneta. Circulamos por calles y carreteras prácticamente desiertas y oscuras hasta la mitad del trayecto, cuando empezamos a toparnos con más tráfico. Por el camino vimos un coche accidentado que había volcado en medio de la carretera, pero en el carril del sentido contrario. Finalmente, a las 6 o 7 de la mañana llegamos al aeropuerto de Bucaramanga, con unas vistas espectaculares de la ciudad al otro lado del valle, sobre un repecho repleto de nubes y el valle aún más abajo.
Desayunamos en la terraza de la cafetería del aeropuerto y estuvimos leyendo durante horas. A las 12:00 pasamos el control para ir a la sala de espera y a las 13:25 salió el avión de Avianca hacia Bogotá. Llegamos en 40 minutos de vuelo. Una vez en el aeropuerto, comimos un bol de poke con pollo cocido y quinoa, y otro que tenía bolitas de pescado rebozado y arroz. Fue una pena no poder ir directamente de Bucaramanga a Santa Marta, pero, por desgracia, Avianca había cancelado el vuelo unos meses antes, supongo que por falta de pasajeros, así que tuvimos que ir a Bogotá y de ahí a Santa Marta. Aun así, el aeropuerto de Bogotá está muy bien.
A las 15:45 empezó el embarque del avión a Santa Marta. Llegamos a esta ciudad costera del norte hacia las 19:00, cuando ya había anochecido. Antes de salir del aeropuerto, contratamos un taxi por 33000 pesos que nos llevó hasta el centro de la ciudad. Durante el trayecto, flipamos mucho mirando por las ventanas del taxi. En los alrededores de la ciudad todo el mundo parecía estar en la calle o en el porche de sus casas escuchando música a todo trapo.
Al adentrarnos en el centro de Santa Marta, flipamos todavía más, porque la música a todo trapo salía de todas partes a la vez, básicamente de todos y cada uno de los locales, bares y restaurantes de la ciudad. Entramos en el hotel Oasis Fresh, que está justo en el centro, y una de las primeras cosas que nos dijeron es que en la habitación había tapones para los oídos (!). Alrededor está lleno de discotecas y bares nocturnos y… oh sorpresa, ¡resulta que es sábado noche! ¡Jajaja! Perfecto para un día que había empezado a las 2:30 de la madrugada…
Salimos a comprar agua en un supermercado grande que había a dos calles y por el camino nos hicimos una idea del bullicio, el caos y el gentío que había por la calle. De vuelta al hotel, decidimos dar una vuelta a ver si veíamos algo pequeño para cenar rápido. Las calles estaban a rebosar de gente y música a toda pastilla, a lo Lloret de Mar un sábado en pleno agosto, pero con más salsa y reggaeton. Terminamos comiendo unas porciones de focaccia en el pequeño restaurante llamado En la esquina te espero. El pepperoni lo habían añadido a la focaccia después de hornearla, pero estaba buena. Lo mejor de todo es que este pequeño local tiene una terraza en el tejado y cenamos allí. El camarero jovencillo nos dijo que había estado unos meses viviendo en España y que le gustaba el acento del español peninsular, qué curioso. Luego fuimos a contemplar las vistas de la plaza Parque de los Novios que se extendía a nuestros pies, repleta de terrazas, gente y música. Nos daba envidia toda esa gente que estaba saliendo de marcha un sábado por la noche, ya que nosotros estábamos destrozados de sueño.
Después volvimos al hotel, donde la música más fuerte no procedía de la calle, ¡sino del propio bar del hotel! Pero daba igual, aunque hubiesen apagado la música, esta habría inundado el ambiente igualmente. Nos resignamos a pasar una noche durmiendo lo que pudiéramos. Y, aunque parezca mentira, al final, usando los tapones de los oídos y a pesar de todo el ruido, sí que dormimos. Fue una pena no haber tenido tiempo de visitar Santa Marta durante el día, pero el cambio del vuelo de Avianca nos fastidió la visita. Y luego fue un allo por nuestra parte no fijarnos en que el hotel estaba en plena zona de marcha de Santa Marta y que justo habíamos reservado la noche de un sábado. Por el lado positivo, ahora recordamos esa anécdota con una buena sonrisa. 🙂
DÍA 6 DE NOVIEMBRE: De Santa Marta al parque nacional Tayrona.
Hacia las 7 de la mañana nos despertamos sorprendidos por no oír la cacofonía de músicas superpuestas a todo volumen de la noche anterior. ¡Bendito silencio! Parecía que estábamos en un lugar totalmente distinto.
Bajamos a desayunar hacia las 8:30 y a las 8:55 recibimos el mensaje del taxista que ya estaba listo. Nos zampamos lo que quedaba del desayuno a todo correr, porque pensábamos que habíamos quedado a las 10, recogimos las maletas y volvimos a bajar. El taxi nos llevó a un hotel junto a la entrada del parque nacional Tayrona, a apenas una hora de Santa Marta. Primero le pedimos que parara delante de un cajero de nuestro banco para sacar dinero, pero resultó que cobraban comisión de todas formas.
Lloviznaba un poco y las calles llenas de bullicio, música, color y vida de la noche anterior ahora lucían desangeladas, vacías, frías y húmedas. Y silenciosas. Por el camino, el taxista nos estuvo comentando cómo había sido la llegada del covid a esta parte del país y cómo los turistas habían tenido que pagar precios exorbitantes para subirse a un avión de vuelta a sus países de origen.
Llegamos al hotel Casa Isabella, en la carretera que recorre la costa, que está flanqueada de vegetación frondosa. La habitación iba a estar lista a las 14:00, así que, mientras tanto, nos propusieron ir a ver la playa Los Ángeles. Aunque es privada, nos dieron una tarjeta que nos daba acceso. Estaba a 15 minutos a pie por la carretera en dirección este.
Playa Los Ángeles es un recinto con cabañas junto a la playa y un restaurante. El camino de entrada estaba bien cuidado con letreros en cada árbol para que sepas reconocerlo. Había palmitas rojas, cocoteros muy altos, mangos, maíz, bananeros y otros. Aunque estaba nublado, no llovía, así que fuimos a dar un paseo por la playa. Está prohibido bañarse porque hay corrientes y normalmente el mar está muy agitado, pero ese día estaba tranquilo como una piscina. Luego caminamos por un sendero hasta llegar a una atalaya de madera que alguien ha construido como mirador. Desde arriba se veía todo el bosque circundante, el mar y la Sierra Nevada (que no estaba nevada). En Sierra Nevada hay otro parque nacional natural que nos habría encantado visitar, si hubiésemos tenido más tiempo.
Luego nos sentamos en el restaurante, que es de estas cabañas sin paredes, y nos tomamos unos jugos: limonada con coco en agua y zapote en leche, y luego una porción de pastel. Estuvimos descansando tranquilamente hasta que hacia las 13:00 volvimos al hotel. De camino a la salida descubrimos un colibrí deteniéndose en varias flores.
De vuelta en el hotel, una chica llamada Valerie nos dio la bienvenida, pagamos, y nos enseñó nuestra habitación. Nos sugirió que un día podíamos ir al hotel hermano (Makao) que tienen en Palomino, un pueblo cercano de la costa, y desayunar allí. También nos informó de que si íbamos al parque nacional, con un día teníamos suficiente para recorrerlo y que podíamos desayunar a las 6:30 para estar en la puerta a las 7:00 que es cuando abre (cierra a las 17).
Después fuimos a la piscina un rato. Seguía nublado, y daba un poco de pena estar en la piscina con ese tiempo, pero el agua no estaba fría y era muy relajante. Hacia las 16:00 nos dio por comer. Pedimos un guacamole con nachos de banano frito y de plato principal una hamburguesa Thai Chill con patatas fritas, por un lado, y un pescado llamado vijao en una tabla con arroz con coco, un poco de ensalada y dos patacones (plátano chafado frito crujiente).
La cosa pintaba mal para las cuatro noches que íbamos a pasar allí, ya que el pronóstico de tiempo indicaba lluvia todos los días. Aun así, nos animaron diciendo que el pronóstico se equivoca a menudo. ¡Deseamos que fuera verdad y cruzamos los dedos!
DÍA 7 DE NOVIEMBRE: Aventura en el parque nacional Tayrona.
El lunes amaneció nublado de nuevo, así que al despertarnos no nos dimos prisa en salir de la habitación. A las 9 de la mañana vimos que hay un menú de cuatro posibles desayunos: el «verde» era una hamburguesa de aguacate con hummus y una barrita de cereales. El otro que escogimos incluía un pancake con miel, huevo frito y «tocineta» o sea panceta. El jugo del día era de maracuyá y también pedimos chocolate con leche.
Desayunando, vimos que casi hacía un poco de sol, así que nos animamos y nos fuimos al parque nacional Tayrona. «¡Ahora o nunca!», pensamos. Fuimos a la entrada del parque situada en el extremo este. Allí hay varias tiendas y restaurantes donde comprar fruta o agua, y paradas donde contratar varias actividades. Cerca de la entrada, un tipo intentó vendernos un seguro en una parada, pero fuimos directamente a las taquillas de entrada y descubrimos que el seguro obligatorio te lo venden directamente allí, antes de comprar el ticket de entrada. Al comprar la entrada, nos avisaron de que había zonas del sendero que estaban «muy lodosas» debido a las lluvias recientes. Fuimos un momento a los baños y luego nos subimos a las furgonetas que te llevan hasta el «parqueadero» donde empieza el sendero de verdad. Este sendero va siguiendo la costa hasta el cabo San Juan del Guía, y desde allí puedes seguir hasta llegar a una zona donde puede visitarse un antiguo poblado: Pueblito de los Chaimara.
Empezamos a caminar por las pasarelas de madera que cubren parte del sendero y pronto vimos el lodazal en el que se había convertido el camino debido a la lluvia. Por suerte, en ese tramo aún se podía caminar bien por las pasarelas. Luego el sendero empezó a subir y bajar, y con el calorazo y el bochorno que hacía pese a estar nublado, empezamos a sudar.
Llegamos a lo alto de una roca donde había un tejadillo y una pequeña parada de bebidas. Desde allí se veía la playa Cañaveral (donde está prohibido bañarse) y la gente se hacía fotos. Luego bajamos entre las enormes rocas de la playa y seguimos el sendero seco entre manglares. En principio deberíamos haber llegado a la playa Arrecifes, pero creo que nos la saltamos. Cuando terminó el sendero seco empezó el lodazal. Y allí entendimos lo que nos habían avisado en la entrada. El sendero se convertía muy a menudo en un barrizal donde tenías que elegir con mucho cuidado dónde poner el pie, porque por un mal paso podías hundir todo el zapato en el barro o peor, caer de bruces.
Al poco, llegamos a otra playa, Arenilla, donde no entramos porque era muy estrecha. Seguimos adelante y el lodazal se extendía sin parar. Atravesamos un riachuelo por unas bolsas de arena que alguien había dispuesto en línea sobre el agua. Tras un poco más de lodazal llegamos a otro riachuelo, en el que no había bolsas ni nada. Aquí fue donde nos empapamos los zapatos porque no había más tutía, y seguimos adelante sintiendo ese «chop-chop» del agua que ha quedado atrapada en el calzado.
Finalmente, llegamos a La Piscina, una playa donde también te puedes bañar. De hecho, había unas 50 personas disfrutando de la playa. Aquí agradecimos poder disfrutar un poco de la brisa marina. Estuvimos tentados de quedarnos allí y bañarnos tranquilamente, pero queríamos llegar hasta la última playa, el cabo San Juan del Guía, y nos habían dicho que se tardaba 2 horas y media. Nos quitamos un poco el agua de las botas y seguimos andando.
Luego siguieron cuatro o cinco lodazales más y varios tramos embarrados a más no poder. En uno de estos, a una mujer que creo que era italiana de repente se le hundió la pierna por ir demasiado al borde del camino para evitar el barro y le quedó colgada sobre un pequeño barranco, así que le tendimos la mano para ayudarla a salir. Tras varios lodazales más, llegamos finalmente al cabo San Juan del Guía, exactamente 2 horas y media después de haber empezado.
Aquí hay un restaurante y paradas de comida y bebida. En el hotel nos habían recomendado no comer marisco en el parque, porque no disponen siempre de la electricidad necesaria para mantenerlo fresco. También hay tiendas de acampada por si quieres pasar la noche junto a la playa. Compramos unas bebidas frías y nos sentamos. Uno de nosotros decidió meterse en el mar con las botas puestas para quitarse todo el barro que llevaba pegado. Vimos que había servicio de duchas (pagando) pero, como no llevábamos toalla, no nos bañamos en el agua. De todas formas, aquí está prohibido nadar muy adentro porque las corrientes marinas son muy fuertes y pueden conducirte a un remolino de agua del que ya no sales. En vez de eso, intentamos llegar al mirador en lo alto de saliente rocoso que divide la playa en dos, pero justo al final vimos que para llegar había que meter los pies en el agua, así que echamos marcha atrás.
Queríamos evitar rehacer el camino de vuelta por los lodazales, así que buscamos alternativas. Una era volver a caballo y otra subirse a una lancha que nos podía dejar en la carretera y de allí tomar la «buseta» o autobús que pasa con mucha frecuencia para volver al hotel. Lo malo de la lancha es que salía a las 16:00 y solo eran las 12:30. Además, valía 90000 pesos por persona. Por otro lado, lloviznaba un poco. Como no queríamos volver muy tarde al hotel y vimos que no teníamos nada que hacer allí ya, decidimos volver a caballo, que cuesta 50000 pesos por persona. Habíamos visto a varias personas volviendo a caballo por el camino enlodado y nos habían dado envidia, así que pensamos que sería una buena idea. De hecho, las pocas veces que hemos montado a caballo en algunos viajes, nos ha encantado (ver delta del Okavango en el viaje a Botsuana y ver Valle del Colca en el viaje a Perú).
Contratamos los caballos con sus guías al mismo tiempo que otra pareja, una chica de Madrid y su novio portugués. A este le daba miedo que el caballo no fuera a poder con su corpulencia, pero claro que pudo. Los dos guías nos acompañaron a pie, dando instrucciones a los caballos y también a los jinetes cuando hacía falta. «Chico, ¡a la derecha! ¡A la dereeecha!». Los cuatro éramos muy novatos en el arte de la monta, pero fue muy divertido. Aunque ir a caballo hace que tengas las piernas un poco en tensión, nos ahorramos todos los lodazales y todo el subir y bajar del camino, además del cruce del riachuelo. En total, tardamos solo 1 hora en volver al «parqueadero» de la entrada.
Nuestro guía nos contó que el camino que seguíamos se desviaba un poco del camino que habíamos usado para ir hasta el cabo San Juan porque ese era solo para caballos. Inicialmente, el de los caballos era el que usaban todos los visitantes del parque, pero con el tráfico de caballos, mulas de carga y turistas que había, hace cinco años hicieron un camino diferente al inicio solo para personas, que es el tramo del principio por el que vas por las pasarelas de madera. De todos modos, vimos que el paso de los caballos y de los turistas, sumado a las lluvias de los últimos días, es lo que había machacado el sendero hasta embarrarlo.
Mi caballo iba casi todo el camino pegado al culo del caballo que iba delante. El guía me indicó que debía frenarlo para ir siempre en cuarto lugar, así que en los momentos oportunos tiraba de las riendas, aunque me daba pena el pobre animal. En otros casos, el caballo apenas me hacía caso, pero en general cuando le indicaba girar a un lado o a otro sí respondía. Luego, cuando veía que el caballo que iba delante trotaba un poco, él hacía lo mismo. La verdad es que el camino a caballo fue una pasada. Qué animales más fuertes, subiendo y bajando por las rocas, hundiendo las patas en lo profundo del barro, y todo eso con nosotros a cuestas. Tienen todo mi respeto.
Le pregunté al guía si era normal que lloviera tanto, y me dijo que en los 21 años que llevaba trabajando en el parque, nunca había visto el camino tan enlodado y embarrado como en ese momento. Se ve que en Colombia ese año había estado lloviendo mucho más de lo normal, y por eso el camino no había llegado a secarse y seguía permanentemente embarrado. Según me dijo, los pronósticos decían que las lluvias intermitentes no cesarían hasta el 15 de enero, cuando lo normal es que diciembre y enero sean temporada alta porque no llueve nunca. Sin duda, una señal más del cambio climático que va afectar al trabajo de mucha gente que vive del turismo.
También aproveché para preguntarle al guía si había visto algún animal salvaje en el parque y me dijo que él no había visto nunca un jaguar, pero que compañeros suyos sí, y que conocía casos de conocidos que habían perdido caballos, perros y hasta ocho chivos presa de jaguares. Incluso una turista una vez le dijo que había podido grabar a un jaguar con el móvil durante 15 minutos (!). Por otro lado, la chica de la otra pareja que iba con nosotros me comentó que en el sendero de ida al cabo San Juan habían visto un caimán en una de las charcas (!).
Desde el caballo habíamos visto pasar algún tipo de mamífero parecido a una rata grande. Al llegar a la salida preguntamos a uno de los empleados del parque si sabía de qué animal podía tratarse, y nos respondió que debía haber sido un ñeque. Este animal tiene varios nombres, también se le llama agutí. En definitiva, fue todo un acierto volver a lomos de los caballos, porque nos ahorramos tener que recorrer de nuevo el lodazal. Fue dinero bien invertido y le dimos una buena propina al guía.
Volvimos al hotel con la «buseta» que circula por la carretera y nos dejó en el hotel Casa Isabella por 3000 pesos por persona. Teníamos las botas y las piernas manchadas a tope de barro, pero estábamos la mar de contentos con la excursión. Fue genial.
Una vez en el hotel, nos dimos una ducha que nos supo a gloria y nos quitamos todo el barro incrustado. Luego fuimos a comer-cenar. Nos pedimos un plato de lomo de res y un pollo empanado con un empanado crujiente sensacional. Para beber, limonada de coco y jugo de tomborolo (que es la fruta carambola, esa que tiene forma de estrella amarilla de seis puntas). Mientras cocinaba, el chef nos preguntó si en el parque habíamos probado el «pan de chocolate». Al parecer, es muy típico de esta zona y se puede comprar en el parque. ¡Qué lástima no haberlo sabido antes!
Mientras cenábamos, se sentó a la mesa una familia de turistas alemanes que parecían estar planificando la visita al parque nacional Tayrona para el día siguiente. Por eso, les comentamos que nosotros acabábamos de volver de ahí y les estuvimos explicando cómo estaba la situación y dando consejos. Ellos nos contaron que acababan de venir de pasar unos días en Cartagena de Indias y que el último día, toda la ciudad se había quedado sin electricidad ni agua corriente, y los restaurantes habían tenido que cerrar. Tragamos saliva con cierta preocupación porque la siguiente parada de nuestro viaje era, precisamente, Cartagena de Indias, pero antes nos quedaba un día más en la zona del parque nacional Tayrona.
DÍAS 8 DE NOVIEMBRE: Día de no hacer nada.
Entre que estábamos cansados y estaba muy nublado o lloviendo a cántaros, nos quedamos todo el día descansando en el hotel. Desayunamos (¡increíbles las arepas de huevo con suero!). Nos tumbamos en las hamacas a leer, nos bañamos un poco en la piscina y comimos. El restaurante de este hotel es una mesa larga justo en frente de la cocina y mientras te preparan la comida puedes charlar con los cocineros, que son muy simpáticos. Todos los platos de la carta son muy apetecibles. Por ejemplo, comimos spaguetti a la carbonara con crema de coco en vez de nata (buenísima) y «Buda Pest» que son rodajas de berenjena rebozadas, con ensalada y arroz de coco. De beber, hay un montón de jugos de frutas tropicales, como el jugo de tamarindo, que yo pensaba que era rojo, pero es marrón. También nos dimos un masajito con una masajista que puedes contratar en el mismo hotel.
DÍA 9 DE NOVIEMBRE: La playa de Palomino.
Este día nos levantamos más o menos temprano y vimos que ¡por fin! hacía bastante sol. Nos animamos y tomamos el bus para ir más al este, al pueblo de Palomino. Allí hay un hotel «hermano» del Casa Isabella donde nos había dicho Valerie que podíamos ir a desayunar si avisábamos el día antes: el Makao Beach Hotel. Llegamos con la buseta y nuestras chancletas, ya que las botas de caminar aún estaban impregnadas de barro y húmedas. Para ir desde la carretera hasta la playa nos subimos a un tuk-tuk que bajó por una callejuela, pero tuvo que ir esquivando los enormes charcos. Más de una vez pensé que iba a volcar por pasar por los lados del camino.
Al final llegamos a la playa y anduvimos un poco hasta encontrar el hotel Makao. Allí nos sentamos en una mesa y escogimos el desayuno, que es sensacional. Escogimos arepas de huevo y pancake y bote de fresas. Había dos perros en el hotel que se sentaban cerca de ti y ponían cara triste para ver si les dabas algo. De vez en cuando, salían disparados hasta la playa para ladrarle a alguien que, supongo, les caía mal.
Después nos pusimos crema, nos tumbamos al en las tumbonas y nos dimos algún chapuzón en las aguas del Atlántico. Por desgracia, cinco minutos antes de entrar en el agua había visto a otro perro hacer sus cosas en medio de la arena donde rompían las olas, y eso me hizo entrar en el agua con mucho cuidado, vigilando todo lo que podía haber a mi alrededor. El agua estaba muy calmada, lo que es poco frecuente en esta zona. Normalmente hay oleaje fuerte. Aun así, la bandera que ondeaba era roja, así que era mejor no alejarse de donde puedes tocar con los pies en el suelo por las corrientes marinas que pueden arrastrarte hacia el interior. El agua nos recordó a la de la Costa Daurada porque también tiene partículas doradas flotando, pero es más turbia y apenas se ve el fondo. Estuvimos en el agua un buen rato, flotando y nadando en paralelo a la arena.
El sol picaba mucho, así que luego nos sentamos en los sillones dentro del recinto del hotel. Allí nos quedamos cuajados un rato. Curiosamente, en el pueblo se habían quedado sin electricidad ese día, así que no había wifi ni nada. Solo el vaivén de las palmeras, el runrún de las olas y el cielo azul.
Más tarde empezamos a oír truenos en la lejanía y el cielo se nubló un poco, así que preferimos volver al nuestro hotel por si acababa lloviendo de nuevo. Volvimos a la carretera a pie por otra calle, sorteando algunos grandes charcos de barro. Luego tomamos el bus y volvimos al hotel Casa Isabella en casi una hora de viaje. Allí usamos la ducha de la piscina para quitarnos el barro de las chancletas y los tobillos, y luego nos bañamos un rato en la piscina para refrescarnos. Después fuimos a comer. El chef nos contó que en febrero iba a ir a trabajar a un restaurante de Zaragoza durante un año. Entre otras cosas, pedimos el curry con hortalizas que estaba buenísimo, muy fino.
Por la tarde estuvo lloviendo un buen rato, así que nos encerramos en la habitación donde estuvimos tomando notas del viaje y leyendo tranquilamente. A la mañana siguiente nos marchábamos para seguir con el viaje por Colombia. No te pierdas el siguiente episodio de este viaje a Colombia en 3 semanas, donde visitamos Cartagena de Indias y nos zambullimos, casi sin querer, en su música y su fiesta.
REPASO DE GASTOS:
5/11 – Aeropuerto de Bucaramanga
Propina del taxista: 40.000$
Café: 11.800$
Infusión: 5.000$
5/11 – Santa Marta
Cena: 71.800$
Crema solar y antimosquitos: 42.800$
Taxi: 33.000$
Hotel Oasis Fresh: 148.200$
Cajero: 15.000$ de comisión
Taxi de Santa Marta al hotel Casa Isabella: 140.000$
6/11 – Tayrona (playa Los Ángeles)
Porción de pastel y bebidas: 29.000$
7/11 – Parque nacional natural Tayrona
Seguro del parque nacional: 6.000$ x 2
Entrada: 62.000$ x 2
Transporte hasta el inicio del sendero: 5.000$ x 2
Botella de agua: 4.000$
Vuelta a caballo: 55.000$ x 2
Transporte hasta la salida: 5.000$ x 2
Botellas de agua grande: 7.000$ x 2
Buseta hasta el hotel: 3.000$ x 2
8/11 – Hotel Casa Isabella
Masaje de 1 hora: 105.000$
9/11 – Palomino
Buseta del hotel a Palomino: 7.000$ x 2
Tuk-tuk hasta la playa: 10,000$
Buseta de vuelta hasta el hotel: 7.000$ x 2
Conjunto de comidas en el hotel Casa Isabella: 470.085$
Excelente información y recomendaciones !!! Seguro será nuestro próximo destino para recorrer y conocer. Muchas gracias por tan buen artículo !!!
Salu2
Macarena