Excursión en airboat por los Everglades y visita a Miami Beach

Nuevo relato del viaje por el sureste de Estados Unidos de marzo de 2018. En esta ocasión os relatamos la excursión en airboat por los Everglades para ver aligátores (se llaman así) y la visita a Miami Beach.

Cuando pasas unos días por el sur de Florida, y más concretamente por la zona de los Everglades, es tradición, por no decir casi obligación, probar la experiencia que supone subirse a un air-boat, aquí traducido hidrodeslizador. Una excursión típica de la zona llamada swamp tour (excursión por los pantanos). Consiste en subirse en una pequeña lancha, con un enorme ventilador detrás, y recorrer, a toda velocidad, las aguas pantanosas en busca de aligátores (que no cocodrilos ni caimanes, como después veremos) acompañado por un guía.  Los swamp tours también pueden hacerse en otras zonas del sur de Estados Unidos, como en las proximidades de Nueva Orleans. Pero en este caso consideramos que Nueva Orleans ofrecía ya otros alicientes a los que no convenía robarles tiempo con esta actividad, que podía realizarse en la zona de los Everglades, en ese sentido, mucho más parca en actividades.

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Esta es una actividad muy frecuente para visitantes y turistas, y por tanto muy fácil de hacer. Hay muchas posibilidades y se ve publicidad constantemente de lugares donde organizan estas excursiones, con lo que en principio, no es necesario reservar. Nosotros lo intentamos igualmente, pero la verdad es que la web del que mejor nos iba por recorrido y condiciones no dejaba nada claro cómo funcionaba. Decía que podía reservarse, pero no decía ni cuándo ni hora ni nada… Total, que lo dejamos estar y fuimos directamente. En nuestro caso buscamos un tour que no incluyera posteriormente espectáculos con los aligátores. Si ya es triste ver animales amaestrados haciendo truquitos, imaginaos a animales salvajes mendigando por una comida que podrían encontrar fácilmente por su cuenta. A pesar de lo reacio que se pueda ser ante una actividad que incluya animales vivos, recomiendo la experiencia porque únicamente consiste en verlos en su hábitat natural, sin importunarles de ningún modo. Además, los paisajes, la sensación de libertad y aislamiento, el viento azotándote en el rostro… todo ello forma parte de una experiencia realmente gratificante.

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Llegamos al Buffalo Tiger’s, situado en plena carretera, un antro con tanto encanto como escaso glamour, sin reserva alguna. Nada más llegar nos dijeron que la siguiente expedición salía en un minuto, lo cual fue una suerte porque si no, hubiéramos tenido que esperar una hora hasta la siguiente. Apenas tuvimos tiempo de ir al lavabo y ya nos encontrábamos subidos al air-boat por la módica cantidad de 27 dólares (algo menos de una hora de visita). Nuestro guía era un nativo americano que nos advirtió que no nos acercáramos demasiado a los bordes de la lancha. ¿Un cuento para asustar a los turistas? ¿O auténtica precaución? También nos advirtieron que nuestras gorras y sombreros podían salir volando si no vigilábamos, y nos ofrecieron tapones para los oídos y unos enormes auriculares para protegernos del sonido que generaba el gran ventilador de la lancha.

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Nos vimos compartiendo bote con siete personas más, o sea, que éramos diez en total. Buena cantidad para no sentirte como en un rebaño, cosa que pasa en la mayoría de atracciones turísticas del mundo. Pronto nos dimos cuenta de que lo de la gorra, tapones y auriculares no era una exageración. La aceleración del air-boat era mucho mayor de lo que podías imaginarte al ver esa destartalada embarcación desde el muelle, y el sonido, sin ser dramático, era bastante fuerte. El guía nos deleitó con algunos derrapes espectaculares, a costa de salpicarnos un poco. Pero bueno, es Florida, e incluso en el mes de marzo hacía calorcillo, así que ningún problema. Como decía antes, la sensación de quietud, silencio (cuando la barca se detenía, claro) y de no tener rastro de otras personas, ni objetos construidos por el hombre a tu alrededor, era increíble. Solo por eso ya valía la pena. Pero claro, se supone que el principal atractivo es encontrar aligátores. Estaba claro que el guía (un hombre rudo y de pocas palabras en general) sabía dónde buscar. A la que veía zonas cerradas con mucho barro y vegetación, se dirigía automáticamente hacia allí, y normalmente había premio. Con una serie de sonidos extraños realizados con la boca, conseguía que los aligátores merodearan la embarcación un rato, hasta que se cansaban, o simplemente nos íbamos de allí. También había otros que pasaban absolutamente de nosotros.

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El guía nos contó que en el estado de Florida tienen entre 1,2 y 1,3 millones de ejemplares de aligátor. Y también la diferencia de estos respecto a los cocodrilos y los caimanes. Se congratuló al decir que Estados Unidos es el único país del mundo que incluye todas las especies en su territorio. Aunque es cierto que todavía hay un miembro más de la familia, los llamados gaviales, que solo puede encontrarse en el norte de la India. Al parecer, los aligátores son más pequeños que los cocodrilos corrientes, también son más oscuros de piel, y mucho menos peligrosos. Comentó que solo debes ir con cuidado de noche, cuando es su hora de comer. Y que, en cambio, los cocodrilos sí son realmente agresivos.

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La excursión en air-boat por los Everglades, al menos la que hicimos nosotros, incluía también una visita a un antiguo campamento indio… por llamarlo de algún modo. En realidad era la simulación del campamento donde la tribu Miccosukee vivía antaño. De hecho, esa parte de los Everglades es una reserva india federal, el territorio es propiedad de de la tribu de indios americanos Miccosukke y los guías de Buffalo Tiger pertenecen a ella. Lástima que durante la visita no nos explicaron gran cosa sobre la tribu o del estilo de vida cuando moraban en esas tierras. Volvimos a embarcar en el air-boat de regreso al embarcadero y seguimos nuestro camino por los Everglades. Una experiencia muy sencilla, razonable a nivel económico, recomendable y fácil de realizar.

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Decidimos probar qué tal era comer aligátor en el puesto de comida del Buffalo Tiger. Sé que es totalmente contradictorio haber defendido antes la libertad de los animales para después comértelo, pero no tiene nada que ver una cosa con la otra. Para la población autóctona era algo cultural, igual que para nosotros comernos un bistec o pollo a la plancha. En el sureste de Estados Unidos abundan dos tipos de cocina: la criolla y la cajún. Una simboliza la opulencia de las clases sociales altas, y la otra representa a los que simplemente comían lo que podían. Y si solo había caimán, pues eso, caimán que se comía… Además, el caimán destinado al consumo humano proviene de granjas al igual que la carne de pollo y vacuno.

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Total, que para tener una experiencia completa decidimos probarlo. En realidad, como casi todas estas experiencias gastronómicas, lo que es el bocado en sí no tiene demasiado sabor. Lo conviertes en algo más o menos gustoso en el momento en que te lo rebozan y le añaden una salsa semipicante para acompañar, dos cosas muy habituales en la cocina de la zona. El aspecto y la textura es como de nuggets de pollo (algo más duro, quizás), y el sabor, desprovisto de los condimentos mencionados, es una mezcla bastante insípida de pescado y carne. Una experiencia más, pero si no te atrae en absoluto, no te preocupes, que no te pierdes demasiado.

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Como todavía nos sobraba un rato antes de dirigirnos al aeropuerto, decidimos dar un paseo por Miami, aprovechando que esos días se celebraba el famoso «Spring break», esa festividad en la que los estudiantes se toman unas vacaciones y enloquecen en las playas de los Estados Unidos. Por cierto, que ese es el contexto en el que se sitúan muchas de las comedias adolescentes americanas. Allí lo pintan como algo genial, y lo cierto es que más o menos es como lo pintan, pero con un aire mucho más decadente.

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Aparcar en Miami, o al menos cerca de Miami Beach, es difícil no, lo siguiente. Tuvimos que marcharnos bastante más al centro y deshacer el camino andando. Dejamos atrás las preciosas casas que hay más cerca de la playa para acercarnos a zonas cada vez más residenciales.

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A medida que volvíamos a acercarnos al centro neurálgico de la fiesta, el volumen de gente se incrementaba, el volumen de ropa disminuía, y el volumen, a secas, de los altavoces de los coches, se volvía ensordecedor.
Fuimos testigos de primera mano de una especie de competición entre varios coches por ver cuál de ellos tenía los bafles más contundentes. Pensamos que teníamos ganador cuando pasó un coche enorme con la puerta del conductor abierta, dejando ir un«chumba chumba» que llamó la atención de todo ser viviente que estuviera relativamente cerca. Hasta que, al cabo de… no sé, 3 segundos, ese ruido fue fulminado por un todoterreno gigantesco que no tenía suficiente con la puerta abierta: llevaba abierto todo el maletero, dejando a la vista un sistema de sonido que debía costar más que el todoterreno en sí. Fue una lucha de titanes, el suelo retumbaba. La gente lo filmaba con sus móviles y enloquecía. Francamente divertido, aunque malo para los tímpanos.

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Llegamos finalmente a la playa, donde nos dimos cuenta de otra realidad. En las películas ambientadas en el Spring break, todas las chicas son supermodelos de cuerpo esbelto y generosos pechos, que muchas veces están al descubierto, combinados solamente con un finísimo tanga. En la vida real todo el mundo sabe que Estados Unidos tiene un ligero problema con la obesidad, y por tanto se ven tangas, sí, especialmente a punto de reventar. Por lo que respecta a los chicos, en los films lucen un bronceado maravilloso que resalta todavía más la tabla de chocolate que llevan incorporada en el abdomen. En la vida real hay mucho turista blanco como la leche luciendo vistosos y feos tatuajes requemados por el sol y unas panzas considerables recubiertas de abiertas camisas andrajosas.

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En definitiva, que es inevitable sentirse fascinado, e incluso hipnotizado ante el dantesco panorama. Es lo más parecido a Sodoma y Gomorra que he visto, y en todo momento pesa como una sensación en el ambiente de que algo malo está a punto de suceder. Ya que una horda de jóvenes salidos, pasados de alcohol y otras sustancias, me figuro, rodeados de música ensordecedora, y de damas medio desnudas, no es un gran cóctel (como desgraciadamente sabemos de otras fiestas de por aquí…), añádase que allí las armas son legales (y concretamente en el estado de Florida con leyes muy laxas al respecto) y ya lo tenemos todo.

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Probablemente este texto no refleja lo que muchos quieren oír: que el Spring break en Miami es la bomba. Lo es, y conviene vivirlo al menos una vez. Pero hay que tener claro que no vas a verte rodeado/a de chicos y chicas de revista, ni te vas a encontrar bailando buena música en un yate de lujo (bueno, quizás sí, si eres muy rico, porque los precios para entrar en según qué fiestas son indescriptibles) para terminar haciendo una orgía a lo Lobo de Wall Street.
Pero eso sí, puedes pasártelo genial solamente contemplando la fauna desde cualquier acera.

Comentario

  1. fabio 13 agosto 2018

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